lunes, 13 de septiembre de 2021

Sección Poesía


Irresistible entrar a "El Ateneo". 

Darse una vuelta flotando sobre esa alfombra mullida, leer párrafos sueltos de libros desconocidos, flirtear con títulos de secciones ajenas, absorber por sus narinas todo el café y muffins de chocolate que no puede comprar. Tiene este ritual bien organizado: primero lee una poesía, entera (hasta enamorarse o morir), después abre al azar dos o tres autores de filosofía y procura capturar alguna frase alocada; a continuación chusmea alguna sección random: se engolosina con los de cocina, se estremece con los de astronomía, recorre paisajes misteriosos con los de viajes; pero nunca, nunca, se acerca a la sección de autoayuda.

Le impresiona, sobre todo, el frío glacial que emanan esos títulos acusadores de las debilidades más peculiares. Es tan grande esa impresión que desde hace ya varios meses dedica la última parte de su ritual a seguir a algún comprador de un libro de estos y al cabo de unas cuadras busca generar una interacción por más burda que sea.

Pedir fuego, preguntar la hora, simular estar buscando una dirección, ofrecer un caramelo, cosas así, nada extraordinario. Sólo quiere zambullirse durante un segundo en los ojos de estas personas, llevadas por una violenta desesperación a recorrer la tundra de la autoayuda, y ver si puede encontrar en el fondo de la mirada una correspondencia con el título adquirido. Lleva un cuaderno con anotaciones del tipo: señora paqueta cincuentona, "Buenos días, alegría", le pregunté por la calle Ayacucho, mirada huidiza, no hubo conexión; hombrecito de sombrero de gamuza bordó, "La gran magia, una vida creativa más allá del miedo", le ofrecí un caramelo, cruzó sin responderme; joven bohemio con boina cuadrillé, "El hombre en busca de sentido", lo intercepté en la cola de la caja, lo llevé a la sección de filosofía y se compró "Humano más que humano", me invitó a tomar un café, pedí también un muffin de chocolate, quiso mi número de teléfono, no se lo di, pupilas espiraladas.


-Yo sé lo que hacés. Te ví, te seguí-. Era el joven bohemio con boina cuadrillé. Ella estaba lejos, muy lejos leyendo una poesía y cuando el sonido alcanzó su tímpano ya había visto los ojos de espirales y ya estaba diciendo:

-Tantas criaturas ávidas en mi silencio, y esta pequeña lluvia que me acompaña-

Él podría haberse explayado en su acusación pero repitió, como un eco:

-y esta pequeña lluvia que me acompaña-

Ella cerró el libro y mirando los espirales recitó:

-Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas-.

Y él repitió:

-No conozco la historia del fuego -.

Se quedó en silencio, ella pensó que estaba intentando llegar a las alas, pero también parecía que algo en esa alma empezaba a hacer pié. Los espirales se retiraban con intermitencias. Arremetió una vez más:

-El viento muere en mi herida. La noche mendiga mi sangre -.

Por unos segundos esos ojos no giraron desgranándose en la antesala del llanto imposible, antes de que les fuera devuelto el velo él preguntó, qué es esto. Ella lo miró fijo, sosteniéndole la lucidez un segundo más. Esto es poesía, le dijo. Le puso un libro de Pizarnik entre las manos y se fue a leer a la sección de filosofía.



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